Láurel Miranda

Láurel, despejando mentes y corazones. Ha vivido un sinfín de aventuras difíciles de enumerar y le ha costado mucho reconocer y nombrar todas sus identidades… o etiquetas. Mucho más de lo que casi cualquiera podría imaginar.

Aunque el dolor y la rabia ante las injusticias están presentes en ella -y los reconoce como sentimientos válidos- también es y siempre será importante para ella hablar desde la ternura y la empatía.

“Hoy que me vivo en libertad me siento con la fuerza de confrontarlo todo. Tengo muy presente que decidí iniciar este viaje para ser feliz y aunque el mundo aún no sea aquel que soñamos, nadie me va a arrancar las ganas de disfrutar mi vida.”

Es periodista, es mujer trans, es morena, es demisexual y pansexual. “Son muchas etiquetas, ¿no?”, pero que vale mencionar cada una porque cada una de ellas, porque esta soy yo, Láurel Miranda.”
Láurel salió del closet a los 15 años. Entonces como hombre cisgénero gay, “porque así me leía en ese entonces.” Su padre le sugirió ir a terapia y aunque aceptó e intentó vivir su sexualidad de forma libre, no volvieron a platicar de su vida privada durante al menos 15 años más, en su segunda salida del clóset.
“Al mirar atrás, me doy cuenta que nunca pude vivir mi sexualidad de forma libre, porque ni siquiera contaba con los referentes y conocimientos para entenderme a mí misma.” Láurel no sabía que existían las personas trans, ni tampoco -como la mayoría alrededor del mundo- que son personas válidas y hermosas. Nunca entendió lo que sentía porque nunca vio ni escuchó a una persona trans en el horario familiar en la televisión ni en la radio; y al cine no iba, porque su familia era pobre.
Fue hasta la adolescencia tardía que supo de la existencia de las mujeres trans, aunque nadie en su entorno las llamaba así. “Les decían, mejor dicho, “putitos”, “jotos”, y en cada adjetivo que les asignaban iban cargadas la violencia, la repugnancia, la burla… en fin, que nunca me pasó por la cabeza ser una mujer trans, ¿cómo iba yo a querer ser una persona a la que la sociedad trata así?”

Hasta que un día pasó por su cabeza a sus 28. Fue después de unos años muy difíciles en los que se cuestionó primero su homofobia internalizada, las prácticas machistas invisibilizadas y, más tarde, sus certezas sobre quién era y cómo habitaba su cuerpo.

“Por fortuna en 15 años pasan muchas cosas, las personas cambian, la sociedad cambia… aunque no al ritmo que nos gustaría.” Láurel pensó que al salir del clóset con su papá volvería a enfrentar el rechazo, pero esta vez no fue así; él se unió a su madre y su hermano en su cobijo y respaldo. Fue así que pudo constatar lo que hasta entonces sólo había significado para ella una frase al aire: “cuando la familia no discrimina, el camino es más sencillo.”

Láurel sostiene que las personas trans no son víctimas, sino sobrevivientes. “Sobrevivientes en un mundo que no reconoce nuestra existencia, que cuando siquiera alcanza a nombrarnos lo hace con burla o violencia; un mundo en el que solo existen dos maneras “correctas” de vivir y habitar el cuerpo; un mundo al que con frecuencia no le tiembla la mano para expulsarnos de la familia, para negarnos educación, para brindarnos trabajos precarizados, para corrernos del lugar que alquilamos y hasta para negarnos el acceso a la salud.”

Esta no es la situación que le atraviesa a ella, que por fortuna tiene el amor de su familia, amigues y un trabajo que le permite ser independiente. Pero también sabe que eso es un privilegio y, por ese motivo, cada día procura que su voz, sus letras, su cuerpo y su vida sean herramientas que le permitan incidir positivamente en la vida de las personas trans que vienen detrás.

Láurel considera que esa es una responsabilidad que le corresponde a todes quienes habitan el mundo. “Por eso, desde mi propia vida, desde mi día a día y desde mi trabajo constante, procuro informar, contagiar curiosidad, despejar de sus mentes y corazones el miedo a lo diferente.”
Tú puedes ayudar a construir una sociedad en la que vivamos sin miedo a ser quienes somos. Un México incluyente, en el que nadie pueda matar nuestros sueños con su odio. Un país seguro, también para las personas trans.
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